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Tierra y Libertad Nº 269 Diciembre 2010
El doble lenguaje de Benedicto XVI
René Berthier
Artículo puesto en línea el 25 de agosto de 2012

por Eric Vilain

El doble lenguaje de Benedicto XVI

Con ocasión del reciente viaje del papa Benedicto XVI a Inglaterra, volvemos -vía Bakunin y sus análisis siempre actuales- a los trasfondos ideológicos de la Iglesia católica…

El azar ha querido que me encontrara en Londres en el momento de la visita de Benedicto XVI. Los londinenses no son distintos de los parisinos, que refunfuñan cuando una visita oficial entorpece la circulación. Los periódicos parecían insistir sobre todo en el coste de la visita, financiado en su mayor parte por los contribuyentes, cuya mayoría no es católica.

Los mencionados periódicos no han dejado de aludir a las meteduras de pata de no sé qué cardenal que declaró que Inglaterra tenía una larga tradición de anticatolicismo, cosa cierta, y que al llegar al aeropuerto de Heathrow tuvo la impresión de desembarcar en un país del tercer mundo.

¿Ateísmo igual a nazismo?

La cumbre de la estancia del Papa fue sin embargo la asimilación que hizo entre ateísmo y nazismo. La negación de Dios, dijo, conduce a la barbarie.

En su discurso de agradecimiento a la reina Isabel, jefa, no lo olvidemos, de la Iglesia anglicana, el Papa ha recordado "la manera en que Gran Bretaña y sus dirigentes se han levantado contra la tiranía nazi que quería erradicar a Dios de la sociedad". De aquí deducimos que el principal proyecto de Hitler consistía en "erradicar a Dios".

"Mientras meditamos sobre las lecciones del ateísmo extremo del siglo XX, no olvidamos nunca cómo la exclusión de Dios, de la religión y de la virtud de la vida pública conducen al final a una visión deformada del hombre y de la sociedad, a una visión por tanto reductora del individuo y de su destino".

La Asociación Humanista británica (1) protesta contra esta visión de las cosas, calificándola de "surrealista" y de "difamación contra todos los que no creen en Dios: La idea de que son las personas no religiosas las que, en la Gran Bretaña de hoy, quieren imponer su visión a los demás es surrealista, procedente de un hombre cuya organización actúa internacionalmente para imponer su norma moral eticista y excluyente, y para minar los derechos de las mujeres, de los niños, de los homosexuales y de muchos otros".

Quizás sería el momento de recordar el apoyo que dio la Iglesia católica española al fascismo en una carta colectiva de los obispos españoles fechada el 1 de julio de 1937. El Vaticano no ocultó entonces su apoyo a Franco. Pío XII, al que Benedicto XVI pretende beatificar, declaró el 16 de abril de 1939 que la España franquista era "la patria elegida de Dios". En Roma se saludó la victoria franquista con una misa.

Entre la Iglesia del periodo de la guerra civil española y la de hoy día, hay una evidente continuidad, ya que en 2007 Benedicto XVI hizo beatificar a 498 "mártires" de la guerra civil española. Igual que Juan Pablo II, beatifica a lo grande.

La Iglesia ha elegido claramente su bando: los beatificados, que adquieren así el estatus de "bienaventurados" (etapa necesaria antes de la canonización), fueron víctimas de la izquierda, perseguidos por su fe: en esa hornada encontramos 2 obispos, 25 sacerdotes, 462 religiosos y 7 diáconos, seminaristas o laicos.

Del lado republicano, en el que no todos tenían por qué ser ateos, el tratamiento es diferente. Los católicos que eligieron el mal bando no tuvieron derecho al mismo reconocimiento. Así, los 18 sacerdotes vascos ejecutados por los franquistas no tuvieron derecho a una sepultura cristiana.

Sólo la religión católica

En la cruzada que lleva Benedicto XVI contra el Islam, publicó en 2006 en la revista semioficial de los jesuitas, La Civiltà Cattolica, un artículo en el que se desmarcaba de la política adoptada por Juan Pablo II. La revista publica una crítica severa a la manera en que los cristianos son tratados en las sociedades islámicas. Esta ha sido sin duda la primera vez que la Iglesia católica reconoce oficialmente la amplitud real del conflicto que separa al Islam de la cristiandad. Podemos leer lo siguiente: "durante casi mil años, Europa fue constantemente amenazada por el Islam, que puso su supervivencia en serio peligro dos veces". Hoy, el Islam vuelve a amenazar a Europa con el terrorismo y con su demografía. Este artículo tuvo un verdadero impacto entre muchos católicos, pero también entre muchos protestantes para los que un Papa consciente del problema parecía querer ofrecer resistencia.

Para Benedicto XVI está en juego la supervivencia de Europa: por eso llama a los europeos a recordar sus raíces cristianas. En esto, el Papa llama a filas a todos los que tratan de alertar a la opinión pública europea sobre la amenaza que pesa en Occidente. Así, Benedicto XVI sigue a un teórico anglo-americano-israelí, Bernard Lewis, para el que "Europa será musulmana antes de fin de siglo" (2).

Benedicto XVI acusa a los países occidentales de ser flojos cuando no admiten reconocer sus raíces cristianas por miedo a ofender al creciente número de musulmanes que viven en Europa.

Incluso se trasluce en el discurso papal una cierta admiración por el Islam: en la vieja Europa "vamos hacia una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y cuyo principal valor es el ego y el deseo individual". El Islam, por el contrario, es todo menos relativista: "el renacimiento del Islam se debe en parte a las nuevas riquezas materiales adquiridas por los países musulmanes, pero sobre todo a la conciencia, que es capaz de ofrecer un fundamento espiritual válido para la vida de su pueblo, un fundamento que parece habérsele ido de las manos a la vieja Europa".

Comprendemos, por tanto, que su santidad condene el relativismo, es decir, la idea de que todas las religiones valen. El problema es que Benedicto XVI lo condena cuando le conviene (3).

Libertad y verdad

En enero de 2009, un diputado ecologista austriaco, Karl Öllinger, reveló que el cardenal Ratzinger, futuro Benedicto XVI, había publicado en 1998, en una revista de extrema derecha, Die Aula, un extenso artículo en un número extraordinario dedicado a la revolución de 1848. El artículo aludía a textos negacionistas de diputados neonazis. Titulado "Libertad y verdad", es una crítica de las libertades individuales y del sistema democrático.

Abochornada, la diócesis de Viena afirmó que el cardenal Ratzinger no había dado permiso para una publicación en Die Aula, pero los documentos conservados prueban lo contrario.

Por otra parte, es difícil creer que Benedicto XVI, bávaro de nacimiento, haya podido ignorar cuáles eran las orientaciones políticas de Die Aula, financiada por Jörg Haider, político de extrema derecha. La revista no dejó de expresar su satisfacción por el nombramiento de Benedicto XVI, y el hecho de que toda la extrema derecha austriaca lo reconociera como uno de los suyos.

Mientras condenaba el relativismo cuando se trata de relativizar la religión, Benedicto reivindicaba en "Libertad y verdad", cuando se trata de luchar por una sociedad mejor, lo siguiente: "No habrá jamás un estado de cosas absolutamente ideal en nuestra historia humana, y el orden definitivo de libertad no será establecido nunca". Benedicto XVI echa la culpa al "mito del mundo liberado del futuro en el que todo será diferente y estará bien. No podemos construir más que órdenes relativos, que no pueden existir nunca y representar el bien de una manera relativa".

La preocupación del Papa es mostrar que no sirve de nada querer cambiar el mundo, porque todo es relativo, y que lo único permanente es el buen Dios. En su texto, la emprende también con la autonomía de la razón: "La razón humana necesita el apoyo de las grandes tradiciones religiosas de la humanidad".

Iglesia y reacción

El rechazo de la razón como motor de la actividad humana se justifica por el hecho de que la religión es algo inaccesible a la razón. El poder espiritual de la religión, la creencia en algo que no existe, debe basarse en la fe, es decir, en algo totalmente irracional. La historia de las religiones muestra por otra parte que el poder espiritual y el poder político no están nunca muy lejos el uno del otro.

En la Iglesia católica, el rechazo de la razón es constante. Así, en la década de 1860, el poder del Papa sobre la Iglesia católica es casi absoluto. La Iglesia está totalmente cerrada a la "modernidad" de la época. El progreso de las ciencias de la naturaleza y de las ciencias humanas son ignorados. La teología, el derecho canónico y la filosofía son estrechamente vigilados. En política, el papa Pío IX sigue en el Antiguo Régimen. La vida intelectual de la Iglesia está completamente estancada, excepto en Alemania -tierra de la filosofía- donde las facultades de teología son un núcleo intelectual importante. Pero mira por dónde: los profesores alemanes están al día de la ciencia, de la historia y de la evolución filosófica. Y eso es inadmisible. Así, cuando el abad Frohschammer publica en 1861 un libro, De libertate scientiae, que es una llamada a la independencia de la razón, será acremente censurado por el Papa en su bula Gravissimas (11 de diciembre de 1862), e incluido el libro en el Índice (4): "No podemos tolerar que la razón invada, para sembrar la duda, el terreno reservado a las cosas de la fe (…) Nunca estará permitido a la filosofía afirmar nada contrario a las enseñanzas de la divina revelación o de la Iglesia".

En septiembre de 1863, un célebre teólogo alemán reunió en Múnich un congreso de sabios eclesiásticos durante el cual se expuso la idea de que la opinión pública y la ciencia teológica debían actuar juntas. De ahí vino la condena del Papa contra un intento de usurpación de las prerrogativas de la Iglesia en la determinación del dogma. Así, la Iglesia vino a condenar el principio esencial del movimiento científico: la libertad de crítica y de investigación.

Feroz opositor al racionalismo del siglo XVIII, Pío IX estimula la santurronería para una serie de iniciativas a favor del culto a la Virgen, al Corazón de Jesús, a la devoción a San José y a favor de las peregrinaciones. Bajo su pontificado fueron alentadas las devociones a las que darían lugar las "apariciones" de la Virgen en La Salette (1846), Lourdes (1858) y Pontmarin (1871).

Pero el Papa estaba mucho menos preocupado por el espíritu científico que por la evolución de las ideas políticas: la corriente democrática, liberal y laica parecía querer llevárselo todo a su paso.

El 8 de diciembre de 1864 (5), Pío IX publica la encíclica Quanta Cura, que está dedicada casi exclusivamente a las cuestiones políticas, centrándose en particular en el "naturalismo" que quiere que "la sociedad esté constituida y gobernada sin tener en cuenta la religión, como si no existiera, o al menos sin hacer diferencia alguna entre la verdadera religión y las falsas religiones". Eso es un "principio absurdo e impío" que lleva a numerosos errores, y en particular a la libertad de conciencia y de cultos: la democracia.

Quanta Cura condena la prohibición de "reprimir con penas legales las violaciones de la ley católica". Condena a la vez la idea de que "la libertad de conciencia y de cultos es un derecho propio de cada hombre y que ese derecho debe ser proclamado y garantizado por la ley en toda sociedad bien organizada". La libertad de conciencia es exigida por el uso de los católicos: así se encuentra prescrito el principio según el cual "los ciudadanos tienen derecho a la total libertad de manifestar de modo amplio y públicamente sus opiniones, cualesquiera que sean, por medio de la palabra, la imprenta o cualquier otro sistema, sin que la autoridad civil ni eclesiástica pueda imponerles un límite". Al difundir estas opiniones "azarosas", no hacen sino predicar "la libertad de la perdición, puesto que no faltarán nunca hombres que se atreverán a resistir a la verdad y poner su confianza en la verbosidad de la sabiduría humana" (6).

Pío IX se opone a la "voluntad del pueblo" si está "separada del derecho divino": una sociedad "desgajada de los lazos de la religión y de la verdadera justicia" va a su perdición y se convierte en "esclava de sus propias pasiones e intereses"; por otra parte, por ello los hombres que profesan esas ideas "persiguen con un odio tan cruel a las familias religiosas, menospreciando los servicios prestados a costa de los mayores esfuerzos a la religión cristiana, a la sociedad civil y a la cultura".

En el Syllabus (1864), el Papa se opone a la idea de que "no existe ningún Ser divino, perfecto en su sabiduría y providencia, que sea diferente del universo".

El Syllabus

El Papa reprueba en el Syllabus la afirmación según la cual "la razón humana, considerada sin ninguna relación con Dios, es el único arbitrio de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal", al igual que la pretensión de los que piensan que "la fe en Cristo está en oposición a la razón humana". Bakunin denuncia el "anatema" lanzado por el Papa "contra los que pretenden que la razón humana es capaz de abarcar, alcanzar y comprender la verdad, y no debe prosternarse con una fe absoluta y ciega ante los incomprensibles misterios de la revelación" (7).

El "racionalismo moderado" es igualmente condenado, "que considera que puesto que la razón humana es igual a la religión misma, las ciencias teológicas deben ser tratadas como ciencias filosóficas". Eso significa en suma que el examen científico de los textos sagrados por parte de la lingüística, la filología, etc., está prohibido: se piensa en particular en los pensadores alemanes de los años 1830-1840, como David F. Strauss.

El Syllabus prohíbe pensar que "los profetas y los milagros contados en las Sagradas Escrituras son ficciones poéticas", y que "los misterios de la fe cristiana son el resumen de investigaciones filosóficas"; prohíbe igualmente decir que "en los libros de los dos Testamentos se contienen invenciones míticas, y que el propio Jesucristo es un mito". En resumen, está prohibido negar la existencia de Dios.

Así leemos en la encíclica Quanta Cura: "No ignoráis que, incluso en la época en que vivimos, vemos que, movidos y estimulados por el espíritu de Satanás, han llegado a la impiedad de negar a Nuestro Señor y Maestro Jesucristo, sin temer atacar su divinidad con una insolencia criminal".

Los dogmas de la religión cristiana no pueden ser "objeto de la ciencia natural o la filosofía", dice el Syllabus. Además, es falso que "los decretos de la Sede apostólica y las Congregaciones romanas impidan el libre progreso de la ciencia. Cada hombre es libre de abrazar y profesar la religión que a la luz de la razón haya juzgado verdadera": aquí tenemos un principio que todo buen cristiano deberá combatir.

El socialismo, el comunismo, las sociedades secretas, las sociedades bíblicas, las sociedades clerico-liberales son "pestes" que han sido "en muchas ocasiones azotadas por sentencias formuladas en los términos más graves" por condenas anteriores (Syllabus) (sigue una lista de condenas que van de 1846 a 1863), todas ellas procedentes de Pío IX.

Pío IX no comprende por qué la Iglesia no tiene "el poder de definir dogmáticamente que la religión de la Iglesia Católica es la única religión verdadera", ni por qué no tiene "la potestad de emplear la fuerza, ni ninguna potestad temporal directa o indirecta".

El Syllabus se opone también a que "las escuelas populares, abiertas a todos los niños de todas las clases del pueblo, y en general a que las instituciones públicas destinadas a las letras, a una instrucción superior y a una educación más elevada de la juventud, estén libres de toda autoridad eclesiástica". En la encíclica Quanta Cura, se puede también leer, a propósito de los partidarios de la escuela no confesional: "Por esas opiniones impías y esas maquinaciones, esos hombres de la mentira quieren sobre todo llegar a que todo lo que la doctrina y el poder de la Iglesia católica aportan a la salvación, sea enteramente eliminado de la instrucción y de la educación de la juventud, y a que el alma tierna y maleable de los jóvenes sea infectada y deformada penosamente por toda clase de errores perversos y por el vicio".

Y aún sigue: "Por eso declaran que el propio clero, como enemigo del verdadero y útil progreso de la ciencia y de la civilización, debe ser alejado de toda función en la instrucción y educación de la juventud".

Bakunin denunció con energía las posiciones de la Iglesia sobre la educación. Según el revolucionario ruso, el Syllabus condena "a los que pretenden que la educación de los niños consista en el desarrollo de sus habilidades naturales: la fuerza, la salud y la belleza de sus cuerpos por la higiene y la gimnasia; de su espíritu por el pensamiento, y de su voluntad y dignidad personal por la enseñanza, por el ejemplo del respeto humano mutuo y por una libertad progresiva". Y la Iglesia condena igualmente "a esos que enseñan a los niños que el trabajo, lejos de ser un castigo, una degradación, un signo de esclavitud y un efecto de la maldición divina, como nos revela la Sagrada Escritura, es un deber sagrado para todo hombre, el signo de su poder y su dignidad, la base de sus derechos y su libertad" (8).

La encíclica condena a los que "no contentos con expulsar a la religión de la sociedad" quieren también "excluirla de la familia". Esos mismos quieren "sustraer completamente de la saludable doctrina y de la influencia de la Iglesia a la instrucción y educación de la juventud".

Bakunin suscita esto en otro "anatema" que formula del modo siguiente: "Anatema contra los que dan la educación a los niños con el fin de formar hombres fuertes, plenos de honor y dignidad personal, plenos de respeto por los derechos y por la dignidad de los demás, celosos de su libertad, amantes de la justicia y la igualdad, y profesando en todas las cosas y circunstancias de la vida el culto impío de la humanidad, y que reniegan y rechazan por lo mismo el único fin de la educación religiosa: la santidad. Y como la Iglesia, la única detentadora de la verdad divina, es la única que puede dar esta educación religiosa, anatema sobre todo contra los que han sustraído las escuelas a su gobierno absoluto" (9).

Es contrario a la doctrina de la Iglesia "de rechazar la obediencia a los príncipes legítimos e incluso revolverse contra ellos". Ello es debido a que "el poder de gobernar está concedido no sólo para el gobierno de este mundo, sino antes que todo para la protección de la Iglesia", dice Quanta Cura citando a San León (carta 156).

Ni que decir tiene que el Syllabus se opone igualmente a la separación de Iglesia y Estado, así como a la idea de que la religión católica no sea "considerada la única religión del Estado, con exclusión de los demás cultos". Pío IX reivindica en el Syllabus la supremacía de la Iglesia sobre el Estado (10).

La libertad de todos los cultos, la libre expresión pública de sus opiniones "lanzan más fácilmente a los pueblos a la corrupción de las costumbres y de la mente, y propagan la peste del indiferentismo".

El último y vigésimo cuarto artículo de esta larga lista se inscribe en falso contra la idea de que "el Pontífice romano puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna", poniendo punto final a una enumeración con la cual la Iglesia se sitúa completamente por detrás de la sociedad de su tiempo.

Al margen de todas las tendencias de la evolución de las sociedades modernas

Con el Syllabus, el soberano pontífice no sólo condena un movimiento que trataría de reformar el papado, sino que se sitúa al margen por completo de todas las tendencias de la evolución de las sociedades modernas, ya que las doctrinas que condena se convertirían en lugares comunes en casi todo el mundo católico. No sólo condenaba la laicidad y la separación de la Iglesia y el Estado, sin también al Estado que tolerara otras religiones. Junto a los librepensadores, condena a los indiferentes y a todos los católicos moderados. La publicación del Syllabus en un lenguaje claro, por una vez, revela la reprobación papal de las ideas que una gran parte de los católicos consideraba lícitas: la sociedad entera en su totalidad es condenada por la Iglesia católica.

En una obra que escribirá en 1871, Bakunin resume perfectamente el desfase existente entre la política pontificia y la realidad de la época: "La Roma jesuítica y papal es una monstruosa araña ocupada eternamente en reparar las desgarraduras causadas por los acontecimientos que no tiene nunca la facultad de prever, en la trama que urde sin cesar, esperando que podrá servirse un día de ella para ahogar completamente la inteligencia y la libertad del mundo. Alimenta todavía hoy esa esperanza, porque al lado de una erudición profunda, de un espíritu refinado y sutil como el veneno de la serpiente, de una habilidad y de su maquiavelismo formados por la práctica no interrumpida de catorce siglos por lo menos, está dotada de una ingenuidad incomparable, estúpida, producto de su inmensa infatuación de sí misma y de su ignorancia grosera de las ideas, de los sentimientos, de los intereses de la época actual y de la potencia intelectual y vital que, inherente a la sociedad humana, lleva fatalmente a ésta, a pesar de todos los obstáculos, a derribar todas las instituciones antiguas, religiosas, políticas, jurídicas, y a fundar sobre todas esas ruinas el orden social nuevo. Roma no comprende y no comprenderá nunca todo eso, porque está de tal modo identificada con el idealismo cristiano -de que sin querer desagradar a los protestantes y a los metafísicos, sin querer desagradar tampoco al fundador de la llamada nueva religión del progreso, el venerable Mazzini, es siempre la realización más lógica y más completa-, que, condenada a morir con él, no puede ver ni puede imaginar nada más allá. Le parece que más allá de ese mundo que es el suyo, y que constituye propiamente todo su ser, no puede haber más que la muerte. Como esos viejos de la Edad Media que, según se dice, se esforzaban por eternizar su vida propia inyectándose la sangre de los jóvenes que mataban. Roma no sólo es el embustero de todo el mundo, es la embustera de sí misma. No solamente engaña, sino que se engaña también. He ahí su incurable estupidez. Consiste en esa pretensión de eternizar su existencia, y eso en una época en que todo el mundo prevé ya su fin próximo; sus Syllabus y su proclamación del dogma de la infalibilidad papal son una prueba evidente de demencia y de incompatibilidad absoluta con las condiciones más fundamentales de la sociedad moderna; es la demencia de la desesperación, son las últimas convulsiones del moribundo que se levanta contra la muerte" (11).

Sería fastidioso poner en comparación el conjunto de los "anatemas" que plantea Bakunin con los ochenta "errores de nuestro tiempo" denunciados por el Syllabus. Si Bakunin subestima la capacidad de la Iglesia para sobrevivir a sí misma, no hay duda de que su crítica feroz de la Iglesia y de la religión no son el capricho de un hombre recluido y aislado en el mundo, sino que revelan un análisis de una actualidad impresionante en su época. Podríamos añadir que, haciendo un balance del pontificado del fallecido Juan Pablo II, del canonizador de Pío IX, y luego del comienzo de Benedicto XVI, siguen siendo de una sorprendente actualidad.

Notas:

1.- http://www.humanism.org.uk/home

2.- Bernard Lewis es también conocido por haber negado el genocidio de los armenios por los turcos.

3.- El término "relativismo" es en sí mismo… relativo, y puede tomar diversas acepciones en función de los contextos de uso, que no podemos precisar aquí. En una palabra, el Papa no es relativista en lo que concierne a la religión (la palabra "catolicismo" viene de la palabra griega katholikós, que significa "universal", que hay que comprender como "absoluto"), pero sí lo es en lo que concierne a otros terrenos como el de la relación ciencias-religión (las ciencias serían saberes relativos y la religión un absoluto indiscutible e inaprensible).

4.- El Index librorum prohibitorum es un repertorio que apareció por primera vez en 1559, haciendo una lista de las obras prohibidas en la lectura de un buen cristiano. En 1571 se estableció una congregación del Índice, trabajando de acuerdo con la Inquisición, organización de beneficencia, como todos sabemos, destinada a mostrar el buen camino a las almas perdidas. La primera edición estableció mil condenas, entre las que figuraban Erasmo, Rabelais, Maquiavelo y 48 ediciones de la Biblia juzgadas heréticas. Entre los autores incluidos en el Índice (por un libro o por toda la obra), encontramos a: Pierre Bayle, Spinoza, Bergson, Auguste Comte, Condorcet, Descartes (todas sus obras filosóficas), David Hume (lo mismo), Kant, La Fontaine, Lamennais, Malebranche, Proudhon (¡por supuesto!), Quinet, Renan, Taine, Sartre (toda su obra), Simone de Beauvoir, Moravia o Malaparte. Curiosamente no aparece Sade, ni Sacher-Masoch… ¡pero el Gran Diccionario Universal del siglo XIX de Larousse sí! Algunas obras fueron retiradas del Índice: ese fue el caso de Los miserables, en 1963, pero con la condición de que se añadieran notas explicativas en algunos pasajes a los que se oponía la Iglesia. El Índice no se suprimiría hasta… 1966.

5.- El Papa era muy aficionado a la santa Virgen, o más exactamente a la Inmaculada Concepción, cuya fiesta es el 8 de diciembre. Por eso numerosas iniciativas suyas están fechadas ese día: 1849, encíclica Notis et nobiscum; 1856, dogma de la Inmaculada Concepción; 1864, encíclica Quanta Cura; 1868, bula Aeterni Patria, convocando un Concilio que tendría lugar al año siguiente; 1869, Concilio Vaticano.

6.- A la luz de las posturas tomadas por el Papa, comprendemos mejor las que defiende Bakunin en su Catecismo revolucionario, según el cual la libertad se aplica por igual a las asociaciones que, por su objetivo, "serán o aparecerán como inmorales, e incluso las que tuvieran por objeto la corrupción y distracción de la libertad individual o pública".

7.- Fragmento A. Bakunin se encontraba en Italia en el momento de la publicación de la encíclica Quanta Cura.

8.- Fragmento masónico A.

9.- Fragmentos masónicos A.

10.- "El reino de Dios sobre la Tierra significa el reino de la Iglesia, el reino de los curas. Pero a falta de los ángeles del cielo que se han mostrado siempre demasiado perezosos, y debido a que hoy mismo se niegan a descender para ayudar un poco al bueno de Pío IX, no podría realmente establecerse en la Tierra ningún poder aunque sea divino si no es por medios terrestres: por la fuerza de las armas, del dinero y de la organización de una jerarquía formidable para la explotación no menos formidable tanto de pasiones y de intereses rivales como de la estupidez sistemáticamente cultivada por las masas populares" (Bakunin, Teología política de Mazzini, 1871).

11.- Bakunin, El imperio knuto-germánico, 1871.

René Berthier

(Le Monde libertaire)