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Tierra y Libertad N° 258 Enero 2010
El yanqui, el chino y el fin de la crisis
Pierre Sommermeyer
Artículo puesto en línea el 25 de agosto de 2012

por Eric Vilain

El yanqui, el chino y el fin de la crisis

¡Se ha acabado la crisis! ¿No lo sabíais? Sin embargo, basta con oír los gritos de victoria de esos bancos que han sido la causa de la crisis financiera y que, gracias a nuestra ayuda, por medio de los Estados, han conseguido poder seguir explotándonos.

¡Se ha acabado la crisis! Lo dudáis, y en eso os equivocáis. Precisamente para tratar de resolver este "pequeño problema" ha viajado Obama a Pekín. Es la historia del "a ver quién aguanta más". Tratemos de comprender de qué va este juego.

Someramente, y de modo rápido, podemos decir que Estados Unidos consume lo que los chinos producen. El dinero que los chinos reciben del comercio es invertido en la deuda americana, de más o menos ochocientos mil millones de dólares. ¿Qué pasaría si los americanos dejaran de consumir los productos fabricados en China? Ahí está el problema al que se enfrenta el mundo hoy en día. La globalización de la economía tiene como corolario la globalización de la crisis. En Le Journal du dimanche de fines de septiembre, el periodista que informaba sobre el G-20 decía que "el reto era llevar a los chinos a consumir más y a exportar menos, y a los americanos a ahorrar y a producir más en lugar de endeudarse cada vez más".

La situación de los Estados Unidos

El mundo financiero, por tanto, ha salido de la crisis. Las cesiones de fondos por parte de los Estados Unidos han permitido a los grandes bancos reflotar y recuperarse con los beneficios. En el fondo es lógico; si los beneficios deber destinarse a los accionistas y los cuadros superiores, cuando hay pérdidas basta con hacer pagar a los contribuyentes a través de los Estados. Sin embargo, en los bancos de depósito y de detalle americanos, que gestionan las cuentas privadas, se ha producido el pánico. Desde comienzos de año, cuarenta de esos establecimientos han entrado en bancarrota, y la cosa no ha terminado. En agosto le tocó al First National Bank, que tenía 156,9 millones de dólares en activos, y 142,5 millones en depósitos. Tras la caída de la banca californiana Indymac en julio de 2008, que tenía 32.000 millones de dólares en activos, Wall Street había previsto una cascada de desplomes, y eso es lo que ha ocurrido. Según las estimaciones, de cien a ciento cincuenta bancos podrían echar el cierre en los dieciocho meses venideros.

Obama ha sido elegido para encarrilar a los Estados Unidos. Él sabe bien que la economía real de su país no es a la imagen de los grandes bancos. Pero ¿existe la posibilidad hacer más de lo que se hace? Evidentemente no, porque en esta historia no se trata sólo de América sino también del otro país más grande del planeta. El principal partenaire económico de los americanos es la primera potencia económica mundial, si no real al menos potencial: China.

China, potencia imperial

El Celeste Imperio se encuentra en un impasse económico y, debido al centralismo gubernamental extremo, en una situación política de equilibrio inestable en el interior del país. Pero fuera, el poder pekinés reina con pleno dominio sin tener que rendir cuentas, en dos direcciones: por una parte el mundo de las finanzas y por otra África. La consecuencia de este estado de cosas es que el poder comunista chino se apropia de grandes extensiones de la patria del capitalismo. El 19 de diciembre de 2007, el fondo soberano chino China Investment Corporation (CIC), cuyos activos llegaban a los cerca de 300.000 millones de dólares, adquirió el 9,9 por ciento del capital del gran banco de negocios Morgan Stanley por 10.000 millones de dólares. El CIC podría invertir hasta 2.000 millones de dólares en títulos hipotecarios americanos en el marco del plan actual de inversión pública y privada. A comienzos de 2009, según algunas fuentes, China poseería 739.600 millones de dólares de títulos de la deuda americana. La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿De dónde viene ese dinero? Esencialmente, de los Estados Unidos en sí mismos, es decir, de los beneficios del comercio realizado por China. En 2008 el déficit comercial de los Estados Unidos era de 268.000 millones de dólares, y en 2007 de 258.000 millones. Las exportaciones chinas son sobre todo de productos manufacturados y en la situación que nos ocupa están en el corazón del problema planteado a las autoridades de Pekín.

¿Economía de servicio o de producción?

La elección ha venido dada por la crisis económica. Los bancos, al desplomarse, ponen en la calle tanto a sus clientes como a sus empleados, que a menudo son los mismos. El problema para el poder de Washington es volver a poner en marcha la maquinaria económica, y por tanto reducir el paro. Las cifras indican que el paro es el más alto jamás alcanzado desde hace veintiséis años. Si tenemos en cuenta las personas que han abandonado la esperanza de encontrar otro trabajo, habría, según el diario francés Le Monde del 9 de noviembre, más de un 17 por ciento de parados. Del mismo modo que el sector servicios ha sido siniestrado por lo alto y no tiene salida por lo bajo, con los inmigrantes latinos ocupando los empleos menores a cambio de salarios de miseria, la única esperanza de remediar este estado de cosas es repartir la producción de los bienes de consumo por todo el territorio americano con el fin de proporcionar empleos locales; pero para eso hay que limitar la importación de los bienes chinos. La batalla del proteccionismo ha comenzado. Hay dos modos de frenar la llegada de los productos chinos al suelo americano: unos derechos de aduana exorbitantes o el aumento del valor de la divisa china.

¿Hacia una guerra económica abierta?

Estas dos posibilidades de invertir la maquinaria son una catástrofe para la China capitalista-comunista. Todo el sistema funciona dirigido a la exportación. Las primeras medidas de represalia americana han hecho gritar como descosidos a los burócratas chinos. Para responder a la demanda americana de tubo de acero, la industria china ha triplicado su producción entre 2007 y 2008, y actualmente los gastos de aduana americanos han pasado a ser el 99 por ciento del valor importado. Una forma disimulada y eficaz de favorecer la producción de acero en suelo americano y, por tanto, de hacer que los aceristas contraten a gente (petición directa a Obama del sindicato del acero), y quizás, contribuya a hacer que aumente el ritmo de trabajo. En este terreno como en muchos otros, el mercado interior chino no puede absorber esta superproducción. La otra presión ejercida sobre Pekín afecta a la moneda. La relación yuan-dólar activa la economía americana. La divisa china está infravalorada. Una reevaluación daría lugar a la baja de las exportaciones chinas, así como a un menor interés por las deslocalizaciones y las transferencias de tecnología efectuadas por las multinacionales.

La solución para Obama y para los Estados Unidos es que el nivel de vida de los chinos se eleve, que las exportaciones americanas puedan encontrar un mercado. La visión, que el presidente americano explicó durante su campaña electoral, de una nación centrada en la producción dirigida a una industria "verde" está a punto de fracasar. Al menos es más fácil tomar el camino de la guerra económica que llevar al país hacia otra lógica de producción.

¿El Celeste Imperio en crisis?

China, ese país de mil millones trescientos treinta mil habitantes, está en situación de crisis permanente, dividida, tal como lo está ella misma, entre la burocracia y el capitalismo. El pasado mes de enero, millones de trabajadores emigrantes fueron despedidos y reenviados a sus casas. Descontentos por haber perdido sus empleos, son fuentes potenciales de problemas en los campos, todavía bajo el yugo de pequeños funcionarios reaccionarios. En 2006 se estimaba que la mitad de los hogares rurales no tenía agua corriente, que el 87 por ciento carecían de WC y que el 60 por ciento seguían empleando estufas de leña para cocinar.

Se calcula en doscientos millones el número de trabajadores, entre los dieciséis y los cuarenta años, procedentes del campo para cubrir sus necesidades y constituir una mano de obra esclava a merced del desarrollo industrial y urbano chino. El corolario, desconocido, de este desplazamiento de emigrantes único en el mundo es la suerte de los hijos de los trabajadores. Cincuenta y ocho millones de ellos se quedan en las provincias, abandonados; otros diecinueve millones han seguido a sus padres a las grandes ciudades y otros arrabales industriales. Los primeros sufren hasta tal punto la separación que se habla del "síndrome del que han dejado atrás". En cuanto a los que son llevados a las ciudades, al no poderse ocupar los padres debido a los horarios de trabajo cada vez más largos, se quejan del mismo síntoma. A ello se añaden los problemas de la delincuencia, ya sea como autores o como víctimas. El poder estima que ésta afecta a una cuarta parte de los niños del país.

El otro problema que tiene el país es la falta de tierras agrícolas. Esa es la razón de la avalancha hacia África. En Guinea Ecuatorial los obreros chinos se ponen en huelga. Dos muertos, trescientos huelguistas enviados a China: ya podemos imaginarnos el recibimiento. Para facilitar las inversiones de Pekín, numerosos países africanos modifican su legislación, demasiado laxa a ojos del poder comunista chino. Esto permite a Pekín ofrecerse a prestar diez mil millones de dólares a los países africanos, demasiado contentos al aceptar ese dinero sin tener que representar la comedia de la democracia.

Para terminar

El aumento, inevitable, del nivel de China dará lugar, muy probablemente, como consecuencia de la creación de condiciones favorables, a enfrentamientos sociales políticos entre los nuevos ricos, que exigirán más libertad para conseguir todavía más dinero, y la estructura político-burocrática que gestiona el país. Es muy probable entonces que las masas sean llamadas a colocarse unas detrás de otras. Detrás de los nuevos ricos se dispondrán los que reivindiquen una mejor vida material; los burócratas, por su parte, apelarán a la justicia social para poder esconder detrás de esa cantinela la continuación de su apropiación del país. El futuro nos dirá si, entre esos dos campos, si contra esos dos campos, se manifestará una clase obrera.

Pierre Sommermeyer

(Le Monde libertaire)