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Tierra y Libertad Nº 272 Marzo 2011
La salud a riesgo de la desigualdad
Pablo Servigne
Artículo puesto en línea el 25 de agosto de 2012

por Eric Vilain

La salud a riesgo de la desigualdad

Desde ahora es falso decir que al aumentar el PIB de un país mejora su bienestar. Los trabajos del epidemiólogo británico Richard Wilkinson demuestran claramente que las desigualdades cada vez mayores de ingresos tienen efectos tóxicos para las sociedades: aumento de la ansiedad, de los problemas mentales, del consumo de drogas, de la obesidad y de la violencia, disminución de la esperanza de vida, de la confianza, etc. Unos resultados que harán correr mucha tinta (1).

Richard Wilkinson es lo que podría denominarse un "epidemiólogo social". Toma el pulso a una sociedad y trata de descubrir la causa de sus males, estudiando especialmente los determinantes sociales de la salud. Tras una larga carrera, se asocia con Kate Pickett para compilar la totalidad de los trabajos sobre este tema en un libro que hará época (2). En primer lugar, afirma, con cifras que lo apoyan, que los países más ricos no tienen forzosamente mejor salud y, sobre todo, que por encima de cierto nivel de vida, el hecho de que la población se enriquezca no aumenta su esperanza de vida, ni su salud, ni su felicidad (3). "Cuando no se poseen los bienes necesarios, es muy necesario conseguir más. Pero en los países ricos, tener cada vez más no marca la diferencia (4)".

Por otra parte -y este es el resultado principal de su trabajo- "las sociedades que ofrecen las mejores condiciones de vida a sus ciudadanos son aquellas que tienen las diferencias de ingresos más débiles (como Japón o los países escandinavos); por el contrario, las sociedades más desiguales (Estados Unidos, Reino Unido y Portugal) tienen los peores indicadores de bienestar de los países ricos". Ha comparado un mínimo de once índices de salud y desarrollo en los veintitrés países más ricos del mundo y en cincuenta Estados americanos.

Un "agente tóxico social generalizado"

Pasemos rápidamente a revisar esos once índices. Las personas que viven en sociedades más igualitarias viven más tiempo (número 1) y tienen una menor proporción de hijos fallecidos prematuramente (número 2). En las sociedades desigualitarias, las madres adolescentes son mucho más numerosas (número 3), la gente tiene más tendencia a tomar drogas ilegales y a depender del alcohol (número 4), a sufrir problemas mentales (número 5) y a hacerse obesas (número 6).

En otro registro, las tasas de criminalidad de las sociedades desigualitarias son superiores, y los niños tienen más posibilidades de sufrir violencia (número 7). La violencia se desencadena con más facilidad cuando una persona no se siente respetada o se siente minusvalorada, despreciada, burlada. Por otra parte, las sociedades desigualitarias encarcelan a una buena parte de su población (número 8). La cárcel es interesante, pero no mide la tasa de criminalidad sino más bien la tasa de sentencias punitivas de una sociedad. "Dése cuenta de que en los grandes medios de comunicación se aborda a menudo el problema de las cárceles, pero rara vez desde el punto de vista de la desigualdad…"

Los niños de países más igualitarios consiguen mejores resultados en la escuela (número 9), con datos de matemáticas y lectura, y menores índices de abandono escolar. La "movilidad social" (es decir, el hecho de subir o bajar fácilmente en la escala social) es más importante en las sociedades igualitarias (número 10). Wilkinson comenta, un poco irónico: "Parece que el sueño americano tiene más posibilidades de seguir siendo un sueño para los americanos que para los que viven en los países escandinavos". En realidad, "las mayores diferencias en los ingresos hacen cada vez más difíciles las igualdades de oportunidades, porque aumentan la diferencia en las clases sociales y su compartimentación".

Las colectividades (comunidades) están más cohesionadas y la gente siente más confianza en las sociedades igualitarias (número 11). "Los testimonios sobre las desigualdades en lo relativo a la confianza, la vida comunitaria y la violencia nos cuentan siempre la misma historia. La desigualdad divide a la gente, aumentando las distancias sociales y las diferencias en el nivel de vida. Eso aumenta la segregación residencial entre ricos y pobres, aumentando también las distancias físicas".

"Lo que sorprende a la gente es hasta qué punto hay diferencias entre los países ricos". En efecto, no se trata de variaciones pequeñas: "Las diferencias no son del veinte o del treinta por ciento, los países igualitarios actúan de tres a diez veces mejor que los países desigualitarios. La razón es sencilla, es el conjunto de la población el que está afectado por la desigualdad. Los pobres se ven más afectados, evidentemente, pero los ricos también ven que su calidad de vida disminuye porque viven en un país desigualitario".

La desigualdad es por tanto un "agente tóxico social generalizado". Y esta contaminación cuesta cara. "¿Sabéis cuánto ganaría Gran Bretaña si fuera tan igualitaria como Dinamarca? Cuatro millones de libras esterlinas". Wilkinson continúa con su demostración: "Si el Reino Unido se convirtiera en una sociedad más igualitaria, estaríamos en una situación mejor. Esos resultados sugieren que si reducimos a la mitad las desigualdades en los ingresos, la tasa de criminalidad y de obesidad se dividirá por dos, las enfermedades mentales disminuirían dos tercios, los encarcelados un ochenta por ciento, los embarazos de adolescentes un ochenta por ciento, y el nivel de confianza en la población aumentaría un ochenta y cinco por ciento.

Cuando la toxicidad social alcanza al individuo

Pero ¿cuál sería la relación de causa a efecto entre desigualdad y mala salud? La clave es el estrés provocado por la percepción de que otros disfrutan de una mejor situación, minándose así la estima que tiene cada uno de sí mismo. Además, la desigualdad hace las relaciones sociales más tensas a causa de las diferencias de estatus, de la competencia y de la violencia que genera. Para responder a la exclusión, las clases inferiores van también a gastar mucha energía en mantener las apariencias sociales. Consumir mucho implica trabajar mucho, y por tanto someterse a un ritmo de trabajo, a un patrón…

El estrés es una reacción biológica normal. "El cuerpo libera una hormona, el cortisol, que aumenta la presión arterial y el índice de azúcar en la sangre. Eso no tiene consecuencias si dura diez minutos. Pero si dura meses, afecta profundamente a la salud de las personas que lo sufren y entonces aparecen importantes problemas", explica Wilkinson (5). Esta respuesta al estrés ha sido bien estudiada en los monos. Éstos, al tener un estatuto inferior en la jerarquía social, se ven predispuestos a la arterosclerosis y a enfermedades cardiovasculares. Se ha demostrado también que el cortisol predispone a ciertas personas a enfermedades mentales o a comportamientos violentos. Depresión, miedo, desconfianza, violencia vienen a perturbar la maquinaria social. Por último, el cortisol trasmite también el estrés al feto, con consecuencias duraderas sobre el desarrollo físico y emocional del individuo que está por llegar…

El argumento es penetrante como un bisturí: la desigualdad perjudica gravemente a la salud de una sociedad. Como un médico confortado por una medicina basada en las pruebas (medicina basada en la evidencia), Wilkinson inventa lo que se podría denominar la política basada en las pruebas. La igualdad no es sólo un problema ético, es un problema de salud pública.

¿Y luego?

El problema es ahora saber con qué medios se favorece la igualdad de ingresos. El libro explica bien que algunos países no tienen la misma forma de fabricar la igualdad. En Japón, por ejemplo, la igualdad aparece antes de los impuestos, es decir, por las pequeñas diferencias de ingresos; mientras que en Suecia, la igualdad (comparable a Japón) se alcanza después de los impuestos, por la redistribución. "No hay que ver únicamente los impuestos, podemos imaginar cómo se impide a las empresas prosperar…" Siempre desde una perspectiva a corto plazo o incluso "reformista" de reforzamiento del Estado-providencia, se puede exigir también, por ejemplo, como han hecho Hervé Kempf o Paul Ariès (6), unos ingresos admisibles máximos. Y no nos privaremos de oír a los editorialistas patentados gritar al unísono: "¡Pero eso es una herejía! ¿Es que queréis acabar con la economía de Francia?"

"Aquí llegamos al núcleo del debate: para la derecha liberal, la desigualdad es una fuente de eficacia económica, porque permite a los mejores dar la medida de su talento; para la izquierda, es la igualdad la fuente de eficacia económica, porque los individuos actúan de acuerdo" (7).

Al ritmo que van las cosas, se puede seriamente plantear una perspectiva revolucionaria en un futuro no muy lejano. La tensión sube y las situaciones insurreccionales (o potencialmente insurreccionales) se multiplican por todo el planeta. La revolución es efectivamente la manera más eficaz de construir rápidamente la igualdad en el seno de una sociedad. El ejemplo de los primeros años de la Revolución cubana resulta muy adecuado para este caso. Pero el riesgo de ver la post-insurrección degenerar en poder totalitario o en caos ultracapitalista es hoy enorme: por un lado, la élite ha conquistado un poder y una fuerza gigantescos, y por otro el imaginario libertario popular necesario para la construcción de otra vía ha sido (hay que reconocerlo) eficaz y metódicamente aplastado.

Es por tanto urgente tomarse el tiempo para preparar los levantamientos venideros, sean insurreccionales o no. Es un trabajo que se puede realizar igual de bien en la imaginación que en la calle.

Notas:

1.- Este artículo está inspirado en un análisis más detallado de los trabajos de Wilkinson, "La desigualdad económica, un agente socialmente tóxico" (Barricade, diciembre 2010). El texto (en francés) está disponible en www.barricade.be. La asociación Barricade es un centro cultural de resistencia de Lieja, que desarrolla desde hace poco su actividad de investigación y análisis. Pueden encontrarse todos los detalles de las investigaciones de Wilkinson y Picket, los resúmenes, los gráficos, los argumentos y los datos en www.equalitytrust.org.uk

2.- Richard G. Wilkinson y Kate Pickett, The Spirit Level. Why More Equal Societies Almost Always Do Better, Penguin Books, 2009. Ha habido al menos tres subtítulos diferentes según las ediciones y los países: Why Greater Equality Makes Societies stronger; Why More Equal Societies Almost Always Do Better; Why Equality is Better for Everyone.

3.- Véase también el capítulo 3 del libro de Tim Jackson, Prospérité sans croissance, De Boeck/Etopia, 2010.

4.- Richard Wilkinson presentó su libro en la Confédération Européenne des Syndicats (conferencias ETUI) en Bruselas, el 28 de septiembre de 2010. Todas las citas de Wilkinson proceden de esta Conferencia.

5.- Los efectos biológicos del estrés causado por la desigualdad son descritos con detalle en un agudo librito de Wilkinson, traducido al francés, L’inégalité nuit gravement à la sante, Cassini, 2002. Se puede leer, también en francés, L’égalité c’est la santé, Demopolis, 2010.

6.- Hervé Kempf, Pour sauver la planète, sortez du capitalisme, Seuil, 2009; Paul Ariès, "La révolution par la gratuité", Contretemps (disponible en www.contretemps.eu/interventions/revolution-par-gratuite. Véase también www.salairemaximum.net

7.- Entrevista con Hervé Le Bras, Books magazine, número 17, noviembre 2010, p. 37.

Pablo Servigne

(Le Monde libertaire)