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Tierra y Libertad Nº 271 Febrero 2011
El empleo del término “anarquía” en Bakunin
cel-gl@orange.fr
Artículo puesto en línea el 25 de agosto de 2012
última modificación el 13 de julio de 2023

por Eric Vilain

El empleo del término "anarquía" en Bakunin

René Berthier

La palabra "anarquía", inventada un poco como provocación por Proudhon, que había estudiado las lenguas clásicas y tomaba el término en sentido etimológico, ha sido rechazada en el seno mismo del llamado movimiento "anarquista". Mijaíl Bakunin se calificaba sobre todo de "socialista revolucionario" o de "colectivista", y muy accesoriamente de "anarquista". En 1906, los teóricos del movimiento anarquista español proponen renunciar al vocablo "anarquía", que el público interpreta mal.

"En todas las lenguas, el sentido dado a la palabra por el uso es preponderante, y crear tal confusión es crear la anarquía en el sentido tradicional del término. Porque en conjunto, la opinión pública, ignorando la fantasía de Proudhon o rechazando someterse a ella, ha conservado el sentido negativo que se le atribuye a la palabra anarquía, y desde 1840 los anarquistas se han batido el cobre para hacer admitir lo que ésta no quería. Y nos hemos puesto en esta situación por habernos empeñado en deformar el sentido de una palabra contra la voluntad general, al margen del pensamiento público" (1).

Piotr Kropotkin, en Palabras de un rebelde, escribe que el partido de Bakunin "evitaba incluso darse el nombre de anarquista. La palabra an-arquía (así la escribía entonces) le parecía demasiado vinculada al partido de los proudhonianos cuya Internacional combatía por entonces las ideas de reforma económica".

La mayoría de los casos de la palabra "anarquía" y sus derivados demuestra que Bakunin la toma en el sentido habitual de caos. Simplemente, las situaciones de anarquía no son algo que tema Bakunin. En 1863, durante la insurrección polaca, piensa que es preciso "volver contra el gobierno las armas que éste utiliza contra los polacos" y aprovechar la "anarquía" que provoca este gobierno (2).

La anarquía es, por tanto, una situación de caos, de desorden político, un hecho; en ningún caso una doctrina política.

En 1869 evoca los "fenómenos de anarquía" provocados por la sublevación de Pugachev y la invasión francesa de 1812 (3).

En La ciencia y la cuestión vital de la revolución (4) leemos que "la ausencia de un gobierno engendra la anarquía y la anarquía conduce a la destrucción del Estado"; pero Bakunin precisa que la destrucción del Estado puede conducir o bien "al sometimiento de un país por parte de otro Estado" como ocurrió con Polonia, o bien "a la emancipación total de todos los trabajadores y la abolición de las clases como esperemos que suceda pronto en toda Europa".

La anarquía es aquí un hecho, no una doctrina. Es un vuelco en la sociedad que puede conducir a situaciones contrarias: opresión o liberación, según el uso que se haga de ella. Pero por otra parte, en el mismo texto, sugiere que el crecimiento de las contradicciones de clase en el seno del Estado provoca "el desorden, la anarquía, el debilitamiento de la organización estatal necesaria para mantener sometidos a los desposeídos". La anarquía es asimilada con el desorden, pero se entiende bien que Bakunin está dispuesto a adaptarse a las consecuencias de "la multiplicidad y diversidad de los intereses de clase" si eso permite al pueblo emanciparse.

La anarquía vuelve a ser un concepto negativo en El Imperio knuto-germánico y la revolución social cuando Dios, "ordenador de este mundo", produce de hecho "la anarquía, el caos".

En una carta a Albert Richard (5), evoca "para salvar la revolución, para conducirla a buen fin, en medio incluso de esta anarquía", la constitución de una "dictadura colectiva, invisible, no revestida de un poder cualquiera, sino del más eficaz y fuerte: la acción natural de todos los revolucionarios socialistas enérgicos y sinceros, diseminados por la superficie del país, de todos los países, pero fuertemente unidos por un pensamiento y una voluntad comunes".

La anarquía sigue siendo aquí una situación de caos a la que se trata de poner fin por métodos poco "anarquistas" gracias a la intervención de hombres a los que no califica de "anarquistas" sino de "revolucionarios socialistas".

El 1 de abril de 1870, reprochando a Albert Richard ser un centralista, un partidario del Estado revolucionario, Bakunin se declara partidario de "la anarquía revolucionaria, dirigida a todos los puntos por una fuerza colectiva invisible -la única dictadura que admito, porque solo ésta es compatible con la franqueza y energía plena del movimiento revolucionario".

El revolucionario ruso precisa que hay que "producir anarquía", es decir, "la sublevación de todas las pasiones locales" con el fin de que los "revolucionarios socialistas" puedan desempeñar el papel de "pilotos invisibles en medio de la tempestad popular" para "dirigirla".

Aquí de nuevo la "anarquía" es la constatación de una situación de caos de la que los revolucionarios deberán sacar partido. No es, lo repetimos, una doctrina política.

Recordemos que cuando se escribió esto, Francia y Alemania están en guerra, y Bakunin espera la sublevación revolucionaria del pueblo francés.

Las cosas cambian un poco en junio de 1870 en una carta a Necháev. Somos, dice Bakunin, "los enemigos declarados de todo poder oficial, incluso si es un poder ultrarrevolucionario, de toda dictadura reconocida públicamente; somos anarquistas, socialistas revolucionarios" (6). Pero, pregunta Bakunin, "si somos anarquistas, os preguntaréis ¿con qué derecho actuaremos sobre el pueblo, y por qué medios? El "si" introduce por tanto una condición a la cualidad de "anarquista".

Sin embargo, en la misma carta, se trata de hombres que "se enfrentan, luchan y se destruyen unos a otros. En suma, una anarquía espantosa y sin salida" pero en la que, de nuevo, los revolucionarios deben sacar partido: "En medio de esta anarquía popular" dice Bakunin "[es preciso que] una organización secreta haya diseminado a sus miembros por toda la extensión del Imperio", movidos por una misma idea y un mismo objetivo. Se trata, por tanto, de aprovechar el caos para provocar la guerra, de enviar por todo el país a propagandistas encargados de transformar esta guerra en revolución social.

Ya no hay, en Francia, "ninguna administración y por tanto ninguna traza de gobierno, durante el cual la población francesa, abandonada completamente, sería presa de la anarquía más espantosa" (7). Bakunin hace aquí una analogía con la Revolución francesa, cuando la Convención despachaba a provincias a comisarios extraordinarios:

"Pero por lo general venían solos, sin un soldado que los apoyara, y buscaban el sostén en las masas cuyos instintos seguían siendo conformes a los pensamientos de la Convención. Lejos de restringir la libertad de los movimientos populares, por miedo a la anarquía, la provocaban de todas las maneras posibles; lo primero que solían hacer es formar un club popular, allá donde estuvieran; siendo ellos mismos revolucionarios, reconocían pronto en la masa a los verdaderos revolucionarios y se aliaban con ellos para alentar la revolución, la anarquía, y para meter el diablo en el cuerpo a las masas y organizar revolucionariamente esta anarquía popular. Esta organización revolucionaria fue la única administración y la única fuerza ejecutiva de la que se sirvieron los comisarios extraordinarios para revolucionar, para aterrorizar un país" (8).

Los delegados del gobierno provisional constituido tras la caída de Napoleón III eran muy diferentes: "En lugar de organizar por todas partes el desencadenamiento de las pasiones revolucionarias, la anarquía y el poder popular, predicaron entre el proletariado, siguiendo en esto estrictamente las instrucciones que habían recibido y las recomendaciones enviadas desde París, la moderación, la tranquilidad, la paciencia y una confianza ciega en los designios generosos del gobierno provisional".

En 1870, en plena guerra, Bakunin piensa que "lo único que puede salvar a Francia, en medio de los terribles y mortales peligros, interiores y exteriores, que la amenazan actualmente, es el levantamiento espontáneo, formidable, apasionadamente enérgico, anárquico, destructivo y salvaje de las masas populares en el territorio francés".

Eso no impide, por otra parte, que Bakunin denuncie en el mismo texto "la anarquía económica actual" de una sociedad "que no tiene piedad hacia los que mueren de hambre".

Para estos, a los que, en la situación catastrófica de Francia producida por la derrota, no se les puede salvar por "la exageración del poder revolucionario del poder público", Bakunin les dice: "¡Venga! Salvaros por la anarquía. Desencadenad esa anarquía popular tanto en los campos como en las ciudades, engordarla hasta que ruede como una avalancha furiosa, devorando, destruyéndolo todo: a enemigos y a prusianos". En suma, Bakunin preconiza renovar el episodio del levantamiento en masa de 1792 contra los ejércitos coaligados contra la Revolución: "Los campesinos harán hoy contra los prusianos lo mismo que hicieron en 1792. Sólo hace falta que tengan el diablo en el cuerpo, y sólo la revolución anarquista podrá conseguirlo".

"Si no se puede imponer la revolución en el campo, habrá que producirla provocando el movimiento revolucionario entre los propios campesinos, empujándolos a destruir con sus propias manos el orden público, todas las instituciones políticas y civiles, y a constituir, a organizar en los campos la anarquía" (9).

A este nivel de examen de la noción de "anarquía" en Bakunin, podemos comprender que se trata de una situación de caos político y social resultante de una gran conmoción. Esta noción no es, como en el lenguaje "burgués", una connotación absolutamente peyorativa. La "anarquía" (10) no es algo que Bakunin pretenda evitar en absoluto: es la simple constatación de una situación que se inscribe en un dispositivo estratégico del que los revolucionarios deben sacar partido.

En un texto destinado a la juventud rusa, Bakunin aborda una definición positiva de la "anarquía". Distingue en el movimiento socialista tres partes distintas, repartidas en dos categorías: "el partido de los socialistas moderados o burgueses" y "el partido de los socialistas revolucionarios".

Este último se subdivide en dos partes: "los estatistas social-revolucionarios" y los "anarquistas social-revolucionarios".

En un texto redactado entre noviembre de 1870 y abril de 1871, Bakunin precisa aún más: "Rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiada, patentada, oficial y legal, aunque salga del sufragio universal, convencidos de que nunca podrán estar más que en beneficio de una minoría dominante y explotadora contra los intereses de la inmensa mayoría sometida. Este es el sentido en el que somos realmente anarquistas".

Al precisar que "este es el sentido en el que somos realmente anarquistas", sentimos que se trata de una denominación por defecto.

Porque el término retoma enseguida su acepción usual de "caos", de "desorden", en un contexto que no es insurreccional: cuando Bakunin se queja de la situación de la sección de Turín, que no tiene dirección, que "oscila entre los vanidosos y los intrigantes", el revolucionario ruso lamenta "que no haya nadie en Turín para poner orden a esta repugnante anarquía" (11). No hay ambigüedad en el hecho de que el término esté tomado aquí en su acepción más peyorativa.

El concepto aparece en una acepción todavía más peyorativa en mayo de 1872, en una carta a Tomás González Morago (12). Bakunin aborda el tema en un debate que lo opone a Marx en cuanto a la estrategia de la Internacional. Defiende la idea de la libertad en los debates de la organización, y se opone a que ésta se dote de un programa único, obligatorio, intención que atribuye a Marx. Bakunin se basa en el hecho de que las diferentes federaciones y secciones de la Internacional tienen niveles muy diferentes de elaboración teórica y es necesario atenerse a lo que los asemeja -es decir, la reivindicación económica- más que a lo que podría dividir a la organización:

"Os desafío a formular una doctrina explícita que pueda reunir bajo su bandera a millones, qué digo, sólo a decenas de miles de trabajadores. Y a menos que se impongan las creencias de una secta a las demás, se llegará a la creación de una multitud de sectas, es decir, a la organización de una verdadera anarquía en el seno del proletariado en pro del mayor triunfo de las clases explotadoras."

Así, la "anarquía" en el seno del proletariado haría el juego a las clases explotadoras…

Por eso, añade Bakunin, "todas las doctrinas deben tener plena libertad para existir -las teorías autoritarias de Marx del mismo modo que nuestras teorías anárquicas- siempre que ninguna tenga la loca u odiosa pretensión de imponerse como la verdad oficial, ni ataque a esa solidaridad práctica del proletariado de los diversos países en la lucha económica".

Tenemos así la constatación del vaivén entre las dos acepciones de la palabra, que crea, hay que decirlo, cierta confusión.

Existe una referencia teórica explícita a la anarquía cuando Bakunin recuerda la teoría política de Proudhon, que "proclamaba la an-arquía" -referencia exacta, porque Proudhon escribía así la palabra (13). Se trata de una reivindicación en la forma debida del término, pues Bakunin añade que existen dos sistemas opuestos, "el sistema anárquico de Proudhon, ampliado por nosotros [lo subrayo], desarrollado y liberado de todos sus atavíos metafísicos, idealistas, doctrinarios" y "el sistema de Marx, jefe de la escuela alemana de los comunistas autoritarios". En octubre de 1872, Bakunin se consideraba "anarquista revolucionario" (14), y todavía en 1873, en Estatismo y anarquía, se denomina "revolucionario anarquista".

En esta misma obra, traza las grandes líneas de su programa y concluye: "Tales son las convicciones de los socialistas revolucionarios, y por eso se nos llama anarquistas". La formulación no es inocente: "socialista revolucionario" es el apelativo que reivindica; "anarquista" es el modo en que otros lo designan. No obstante, Bakunin asume este apelativo: "No protestamos contra este epíteto, porque somos, en efecto, enemigos de toda autoridad, porque sabemos que ésta ejerce el mismo efecto perverso tanto sobre los que están investidos de ella como sobre los que deben someterse a ella" (15).

Es posible que Bakunin comience a reclamar explícitamente el término a partir del momento en que se exacerba el conflicto entre los "antiautoritarios" y el Consejo General. Este es el momento en que aborda el fondo del problema, el de la abolición del Estado, cuando los marxistas se adhieren en principio, pero no de hecho. "Si su Estado es efectivamente un Estado popular ¿qué razones habría para suprimirlo?" pregunta. Por otra parte, si su supresión es "necesaria para la emancipación real del pueblo, ¿cómo podríamos calificarlo de Estado popular?". Los marxistas se encuentran por tanto ante una contradicción insuperable:

"Polemizando con ellos, los hemos llevado a reconocer que la libertad o la anarquía, es decir, la organización libre de las masas obreras de abajo a arriba, es el objetivo final de la evolución social, y que todo Estado, incluido el Estado popular, es un yugo, lo que significa que, por una parte, engendra el despotismo, y por otra, la esclavitud" (16).

Tenemos, por tanto, una definición: la anarquía es "la organización libre de las masas obreras de abajo a arriba".

Los marxistas afirman que la dictadura es una fase de transición necesaria para llegar a la emancipación del pueblo, pero reconocen la anarquía como su objetivo final. "Entonces, para liberar a las masas populares hay que empezar sometiéndolas".

"Mientras la teoría político-social de los socialistas antiautoritarios o anarquistas los lleva infaliblemente a una ruptura completa con todos los gobiernos, con todas las formas de la política burguesa, y no les deja otra salida que la revolución social, la teoría contraria, la de los comunistas autoritarios y el autoritarismo científico, atrae y engulle a sus partidarios bajo el pretexto de la táctica, a compromisos incesantes con los gobernantes y los diferentes partidos políticos burgueses, es decir, los empuja directamente al campo de la reacción" (17).

Sin embargo, en una carta a Carlo y Emilio Bellerio, fechada en 1875, evoca unos papeles que se han perdido "en una mudanza un poco anárquica".

Y en el que es sin duda su último escrito, Sobre Europa, dice: "Que nadie piense que deseo defender la causa de la anarquía absoluta en los movimientos populares. Una anarquía así no sería sino la ausencia de pensamiento, de fines y de conducta común, y desembocaría por fuerza en una impotencia común" (18).

Al final de su vida, Bakunin parece por tanto estar de vuelta de la idea de "anarquía" como caos político, para transformarla en revolución social. Y es que, entre tanto, ha podido observar un fenómeno que le ha hecho evolucionar. Ha constatado que el Estado había desarrollado contra la clase obrera unos medios de represión enormes, a los que los obreros apenas pudieron hacer frente. El tiempo de las revoluciones, piensa, se ha acabado por mucho tiempo.

Por otra parte, podemos constatar que en este texto, escrito poco antes de su muerte, "anarquía" sigue con su acepción de "caos" y no de "doctrina política".

Este estudio no pretende ser exhaustivo; sin embargo demuestra que la palabra "anarquía" en Bakunin está empleada sobre todo en su acepción más común; que a menudo es ambivalente, es decir, que en un mismo texto puede ser empleada en el sentido de "caos" o de doctrina política. Muestra igualmente que cuando Bakunin la reivindica como doctrina, hay una formulación restrictiva que deja entrever que la palabra está empleada en lugar de otra. Constatamos también que cuando Bakunin nombra la doctrina política que reivindica, utiliza sobre todo el término de socialista revolucionario o el de revolucionario socialista.

Por último, parece que la reclamación explícita del término como doctrina política está ligada -un poco por provocación- a la agravación del conflicto de Bakunin con Marx en la Internacional, conflicto cuyo punto culminante se producirá durante las medidas burocráticas que conducirán a la exclusión, por parte de Marx y Engels, de la Federación del Jura y de la casi totalidad del movimiento obrero de la época.

Notas:

1.- Gaston Leval, El Estado en la Historia (Zero-ZYX, Bilbao 1978)

2.- Zemlja Volja (Tierra y libertad), 9 de julio de 1863.

3.- Punto de vista sobre el modo de comprender la acción en el pasado y en el presente, verano de 1869.

4.- Marzo de 1870.

5.- 12 de marzo de 1870.

6.- Carta del 2-9 de junio de 1870.

7.- Carta a un francés, 27 de agosto de 1870.

8.- Ibídem.

9.- Carta a un francés. Continuación III, 1870.

10.- La Alianza Universal de la Democracia Social. Sección Rusa. A la juventud rusa.

11.- Carta a Celso Ceretti, destinatario (en ruso), fechada del 13 al 27 de marzo de 1872.

12.- 21 de mayo de 1872.

13.- Hermanos de la Alianza en España, 12 al 13 de junio de 1872.

14.- Carta al periódico La liberté de Bruselas, 1 a 8 de octubre de 1872.

15.- Estatismo y anarquía, 1873.

16.- Ibídem.

17.- Ibídem.

18.- Sobre Europa, 1876.